sábado, 16 de mayo de 2020

FRIEDRICH HÖLDERLIN "PAN Y VINO"


Friedrich Hölderlin

Brot und Wein

Pan y vino

A Heinze

1

Alrededor reposa la ciudad; se calma la calleja iluminada,
y, adornados con teas, pasan coches ruidosos.
Hartos del día y sus placeres vuelven los hombres para descansar,
y en su casa sopesa, sumamente contento, un hombre moderado
la pérdida, el provecho; queda vacío de uvas y de flores,
y de manos solícitas descansa el mercado en tumulto.
Mas de un jardín distante surgen sones de cuerdas; es posible
que algún enamorado esté tañendo allí, o un hombre, a solas,
recuerde a unos amigos lejanos, y el tiempo de su juventud; las
    fuentes,
frescas y cantarinas siempre, junto al parterre oloroso murmuran.
En el aire resuenan quedamente campanas que alguien toca al
   crepúsculo,
y recordando el paso de las horas canta la suya un sereno.
Y un soplo ahora se levanta, mueve las copas de los árboles,
¡mira!, y la estampa umbrosa de la tierra, la luna,
con cautela aparece también; la noche, soñadora,
surge plena de estrellas y poco preocupada por nosotros,
reluce la admirable, extraña entre los hombres,
sobre las cumbres, triste y luminosa.


2

Maravilloso es el favor de la sublime y nadie sabe
en qué consiste lo que otorga ni de dónde proviene.
Aunque ella mueve el mundo y da esperanza al alma de los
   hombres
ní los mismos sabios comprenden qué prepara; ésa es la voluntad
   del altísimo dios que te ama tanto, y por eso,
incluso para ti, es preferible el día luminoso.
Pero los ojos puros también aman la sombra algunas veces
y por propio placer buscan el sueño, antes que el sueño sea
   necesario,
o incluso el hombre más sincero goza contemplando la noche
y se apresta a ofrendarle sus guirnaldas, sus cantos,
porque aunque se consagra a los que mueren y a los que deliran,
eterna, se mantiene, más que libre, en su espíritu.
Pero tiene también que concedernos, para que en esta oscuridad,
en esta hora indecisa algo firme nos quede,
la divina ebriedad del éxtasis y del olvido,
la palabra fluida que, como los amantes, nunca duerma,
y la copa más llena, la vida más osada y la santa memoria
para permanecer despiertos mientras dura la noche.


3

En vano ocultamos en el pecho nuestros corazones,
en vano, maestros y discípulos, pretendemos frenar nuestro valor,
porque ¿quién podría impedirlo, prohibir la alegría?
El fuego mismo de los dioses día y noche nos empuja
a seguir adelante. ¡Ven, pues! Miremos los espacios abiertos,
busquemos lo que nos pertenece, por lejano que esté.
Sólo una cosa es firme: tanto si es mediodía o medianoche,
persiste una común medida para todos,
si bien a cada cual se le asigna la suya,
y cada uno avanza y llega donde puede.
Así, se mofa del sarcasmo una locura jubilosa
que prende de improviso a los cantores en la noche sagrada.
¡Ven, pues, al Istmo! ¡Ven! Allí donde el abierto mar murmura
a los pies del Parnaso, y la nieve ciñe los roquedales deíficos,
en la tierra de Olimpo, a la cima del Citerón,
bajo los pinos, entre los viñedos, desde donde Tebas
puede verse allá abajo, y el Ismenos murmura, en la tierra de
   Cadmos,
de donde vino y adonde nos devuelve el dios cercano.


4

¡Dichosa Grecia! Oh tú, morada de los celestiales,
¿es cierto, entonces, lo que oímos en la juventud?
¡Oh sala de festines, cuyo suelo es el mar, sus mesas las montañas,
para tan simple uso levantadas desde antaño!
Pero ¿dónde los tronos?, ¿dónde los templos y las copas?,
¿dónde, llena de néctar, la canción que hubo de ser delicia de los dioses?
¿Dónde, oh, dónde brillan ahora los oráculos que nos golpean desde    la distancia?
Delfos duerme, y la gran voz del destino ¿dónde suena?
¿Dónde el destino urgente?, ¿dónde, lleno de omnipresente gozo, de    qué cielos claros
surgido, quiebra los ojos con su tronante resplandor?
¡Oh Padre Éter! gritaban, y millares de veces ese grito voló
de lengua en lengua, y nadie estuvo a solas soportando su vida;
compartido, ese bien causa alegría; intercambiado con los        
   extranjeros
se convierte en un júbilo, y, en sueños, crece el poder de la palabra:    ¡Padre!
¡Sereno Éter! y hasta lejos resuena el signo antiguo
que los antepasados nos legaron, acertado y fecundo.
Que así toman morada los celestes y, horadando la sombra,
con honda convulsión, su Día desciende hasta los hombres.


5

Llegan en un principio sin que se les perciba y a su encuentro 
   los niños
se dirigen: la felicidad es demasiado clara y cegadora
y atemoriza al hombre; un semidiós apenas si podría
dar nombre a quienes se le acercan llenos de regalos.
Pero es mucho el valor que le transmiten, el júbilo que anega
su corazón, y ya no sabe cómo usar tanto bien;
crea, se prodiga y en sacro ve convertirse lo profano,
cuanto, loco y benévolo, su mano ha bendecido.
Los celestiales lo toleran hasta donde es posible, luego se aparecen
de verdad, en presencia, y a la felicidad los hombres se    
   acostumbran,
y a la luz, y a contemplar el rostro de los revelados,
de los que antaño dieron nombre al Todo y la Unidad,
y de libre plenitud colmaron los pechos taciturnos,
y fueron los primeros y los únicos en dar satisfacción a los deseos;
pero el hombre es así; cuando el bien se presenta
y es un dios quien lo ofrece, no sabe verlo ni lo reconoce.
Ha de sufrir primero; pero ahora da un nombre a lo que ama,
ahora, por eso, las palabras se abren a la vida como flores.


6

Y ahora piensa con fervor en honrar a los dioses bienaventurados,
todo debe, en verdad, proclamar su alabanza.
Nada vea la luz si no place a los que moran en lo alto,
ante el Éter no vale ningún gesto baldío.
Por eso, para merecer estar en la presencia de los inmortales,
rivales entre sí, los pueblos se disponen
en orden suntuoso, alzan hermosos templos,
y ciudades al borde de las aguas, con solidez y con nobleza.
Mas ¿dónde están?, ¿dónde florecen las ilustres, las coronas      
   festivas?
Tebas y Atenas se marchitan, y el rumor de las armas
¿ya no suena en Olimpia? ¿ni los dorados carros de los Juegos?
y en las naves corintias ¿se acabaron por siempre las guirnaldas de 
   flores?
¿Por qué los sagrados teatros de otros tiempos también guardan 
   silencio?
¿Por qué las danzas sacras no expresan ya alegría?
¿Por qué ya no hay un dios que señale la frente de los hombres
y marque con su sello, como antaño, al elegido?
O alguna vez él mismo descendía, tomando forma humana,
y completaba y, confortante, ponía fin a la fiesta divina.


7

Pero llegamos tarde, amigo. Ciertamente los dioses viven todavía,
pero allá arriba, sobre nuestras cabezas, en un mundo distinto.
Allí actúan sin tregua, y no parece ser que les inquiete
si vivimos o no, ¡tanto los celestiales cuidan de nosotros!
Pues no siempre una vasija frágil puede contenerles,
el hombre soporta la plenitud divina sólo un tiempo.
Después, soñar con ellos es toda nuestra vida. Pero ayuda el error,
como el estar dormido, y las necesidades y la noche nos dan fuerza
hasta que un suficiente número de héroes, crecidos en sus cunas
de bronce, sean valerosos, como acostumbran ser los celestiales.
Vendrán entonces como truenos. Pienso, mientras tanto,
mejor dormir que estar sin compañeros,
esperar de tal modo y qué hacer entre tanto y qué decir,
yo no lo sé, y ¿para qué poetas en tiempos de miseria?
Pero, me dices, son como los santos sacerdotes del dios de los 
   viñedos
que de una tierra vagan a otra tierra en la noche sagrada.


8

Así, cuando en un tiempo que ahora parece tan lejano,
los que hacían la vida tan hermosa ganaron las alturas,
cuando el Padre apartó sus ojos de los hombres
y un justificado dolor se extendió por la tierra,
cuando un genio apacible, el último de todos,
con divinos consuelos vino a nosotros y anunció el fin del día,
antes de desaparecer, dejó el coro celeste,
en señal de que estuvo y había de volver, algunos dones,
que humanamente fuese posible disfrutar, como solía,
porque el don del espíritu excedería al hombre
y aún faltan los fuertes, capaces para el gozo
supremo, aunque alguna gratitud en el silencio vive todavía.
El pan es fruto de la tierra y sin embargo lo bendice la luz
y del tronante dios nos llega la alegría del vino.
Por eso nos recuerdan a los celestiales
que en otro tiempo nos acompañaron y han de volver un día,
por eso los poetas cantan al dios del vino con solemnidad
y no resuena fútil su alabanza para el antiguo dios.


9

Sí, hablan con verdad, es él quien reconcilia el día con la noche,
conduce las constelaciones que eternamente suben y declinan,
siempre dichoso, como el verdor perenne de los pinos que ama
y como la corona de hiedra que eligió para sí,
porque él permaneció y a los que abajo viven en tinieblas,   
   abandonados y sin dioses,
su estela trae la memoria de los dioses ya idos.
Los que viejos cantos predijeron de los hijos de dios,
¡míralo! eso somos nosotros; ¡éste es el fruto de la Hesperia!
Todo en los hombres se consuma con rigor milagroso.
¡Crea quien lo compruebe! Pero aunque mucho ocurra, nada habrá 
   de surtir
efecto alguno, porque no somos sino sombras y sin corazón
hasta que el Padre Éter, aclamado, a todos pertenezca y cada uno.
Pero, entre tanto, llega como emisario portador de antorcha,
el Sirio, el Hijo del Más Alto, y desciende a las sombras.
Le ven los sabios bienaventurados; en sus almas cautivas
se enciende una sonrisa y se abren sus ojos a la luz.
Duerme el Titán en brazos de la tierra, plácidamente sueña

y hasta el celoso cancerbero toma bebida y se adormece.

Friedrich Hölderlin (1770 - 1843)
Brot und Wein (1801)
Versión de Jenaro Talens. Las grandes elegías. Ed. Hiperion. 1980




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